sábado, 7 de agosto de 2010

CRÓNICAS CM EN EL RECUERDO (4 de Agosto de 1910)

Cuando todo estuvo a punto –pasaportes, equipaje, pasaje y demás- se preparó en la Casa Madre la despedida que el caso reclamaba. No se había presentado hasta entonces otra ocasión comparable…
Es la hora del sentimiento, no de la razón. La crónica del 4 de agosto de 1910 lo narra así… fecha fijada para la despedida y salida de Barcelona, rumbo a Argentina. No tiene desperdicio: “Se procuraron, pues, los pasaportes y el 4 de agosto, después de dejar nuestra familia, para volver a encontrarla a bordo y darle el último adiós de despedida, nos dirigimos al coro (de la Casa Madre) para despedirnos de nuestra Madre la Virgen del Carmen con el tierno canto de la “Salve Regina”, que era interrumpido por los sollozos de unas y otras. Terminado el canto, salimos fuera, donde nos despedimos todas con el abrazo fraterno. Ntra Rvma Madre no se cansaba de recomendarnos la caridad mutua y la del prójimo, y de una manera particular a la que el cielo destinaba para madre del nuevo apostolado, Ursula Monastirol. Y con las mismas palabras con que Jesús desde la cruz nos recomendara a la Santísima Virgen María, ella las repetía varias veces diciendo: “Madre, ahí tiene a sus hijas”, y llorando todas tiernamente emocionadas sonó la hora de partir.

A las 3:30 (de la tarde) llegamos al puerto, donde encontramos a muchos de nuestros familiares, que allí estaban para darnos quizás el último adiós, y el “León XIII”, de la Compañía Trasatlántica, que por espacio de 21 días debía servirnos de monasterio y santuario del Señor a través del Océano. Nuestras familias lloraban inconsolables y no menos nuestra ancianita y buena Madre General y demás hermanas.
Unos golpecitos de campanilla anunciaba la hora de levantar anclas y de que la comitiva debía bajar a tierra mientras nosotras subíamos a cubierta; sonó luego la sirena, sin que ni unas ni otras pudiéramos contener las lágrimas, hicimos nosotras la señal de la cruz mientras uno de los Padres Carmelitas que nos despedían nos daba la santa bendición. Nos encomendamos sin cesar a nuestra querida Madre la Virgen del Carmen y a San Rafael, y el vapor, sin perder ya momento, iba separándose lentamente hasta privarnos de ver tierra después de apenas distinguir el continuo agitar de los pañuelos.”

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