sábado, 24 de septiembre de 2016

Comentario al Evangelio del Domingo XXVI (Tiempo Ordinario - Ciclo C - 25/09/16)


Queridos hermanos:


Hay un mendigo en la puerta, (de la parroquia, del Carrefour…), tiene nombre, se llama Lázaro. Ponerle nombre es mucho, se supone que alguna vez me he parado, no sólo le he echado unas monedas distraídamente, he aprendido a llamarlo. Es verdad que dar una limosna al que está en la calle, no hace sino reproducir la mendicidad, pero también es verdad que acercarse, preguntar por sus llagas, es iniciar un camino en busca de la dignidad.

El rico (al que hemos llamado Epulón, aunque el evangelista no le pone nombre, cosas de San Lucas), no hace mal alguno, más aún, puede que piense que los bienes de los que disfruta, son signo de la bendición de Dios para los justos y la pobreza y la enfermedad, son signos de la maldición de Dios para los pecadores. La parábola nos habla de algo más fuerte, primero de la insensibilidad ante el sufrimiento. La buena vida, la abundancia: “el lino y la púrpura”, nos suelen hacer ciegos ante el dolor ajeno.

Lo segundo, es que Jesús cuenta la parábola en el marco del Juicio de Dios, en la misma línea de la primera lectura de Amós: “Pues encabezarán la cuerda de cautivos y se acabará la orgía de los
disolutos”. Visto como se plantea, parece que la pobreza salva automáticamente y la riqueza condena: “Sucedió que se murió el mendigo, y los ángeles lo llevaron al seno de Abrahán. Se murió el rico y lo enterraron. Y, estando en el infierno…”. Pero el Juicio de Dios, no es un juicio para la otra vida, -esta es la acusación que se nos hace a los cristianos, de alienar con las promesas para el otro mundo-, es para aquí y ahora.

Si Jesús pone este ejemplo, es porque quiere la justicia ya, por eso su constante llamada a la conversión. Esta no llegará si los ricos, no cambiamos de conducta, no se escapen, somos todos nosotros, aunque no tengamos grandes cuentas en el banco. Por eso hay que recordarnos, que Dios, es el Dios de los pobres y que habrá un Juicio final, (repasar Mateo 25), para la salvación y la condenación. No vale decir es inevitable, siempre ha habido ricos y pobres, no se puede hacer nada, la igualdad es imposible, esas justificaciones no sirven.

Dice un refrán: “Dime con quién andas y te diré quién eres”, creo que no es preciso recordar, que el Juicio de Dios, no son nuestros juicios de hombre, ni incluso los de la Iglesia. En demasiadas ocasiones somos muy benevolentes con los corruptos, defraudadores, explotadores y poco con los homosexuales, o divorciados vueltos a casar, a estos los negamos la comunión y a los otros no. Jesús en el evangelio, solía andar con estos que nosotros consideramos que manchan nuestros principios sagrados, con los Lázaros.

Cada Eucaristía, como la que estamos celebrando hoy, es un banquete, donde deben caber todos aquellos con los que se juntaba el Maestro. Las cosas son muy sencillas: pan y vino y una comunidad a su alrededor. Pero su sentido es precioso, es el signo de la familia de Dios. Un día habrá mesa, sitio, pan, alegría y gozo para todos. Los mendigos no estarán sentados en la puerta y se luchará para que todos tengan trabajo y dignidad. No es nada evidente, que el Reino, nos reúna a todos en esta mesa, pero es lo que Dios quiere, nos pide y espera.

La Palabra de Dios es clara: “Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no harán caso ni aunque resucite un muerto”, el muerto ha resucitado: es Jesús. Él no quiere la injusticia, la explotación, la desigualdad, el dominio de unos sobre otros. Luchar por la igualdad, por acortar las diferencias entre ricos y pobres, estar con los excluidos, los descartados, es la tarea de nuestras parroquias. Todo un reto para el ejercicio de la caridad en la Iglesia.

PD: Añado un texto para la reflexión de Eduardo Galeano, “Los nadies”: 

Sueñan las pulgas con comprarse un perro
 y sueñan los nadies con salir de pobres,
 que algún mágico día llueva de pronto la buena suerte,
 que llueva a cántaros la buena suerte;
 pero la buena suerte no llueve ayer,
 ni hoy, ni mañana, ni nunca,
 ni en lloviznita cae del cielo la buena suerte,
 por mucho que los nadies la llamen
 y aunque les pique la mano izquierda,
 o se levanten con el pie derecho,
 o empiecen el año cambiando de escoba.
Los nadies: los hijos de nadie, los dueños de nada.
Los nadies: los ningunos, los ninguneados, corriendo la
Liebre, muriendo la vida, jodidos, rejodidos:
Que no son, aunque sean.
Que no hablan idiomas, sino dialectos.
Que no hacen arte, sino artesanía.
Que no practican cultura, sino folklore.
Que no son seres humanos, sino recursos humanos.
Que no tienen cara, sino brazos.
Que no tienen nombre, sino número.
Que no figuran en la historia universal,
 sino en la crónica Roja de la prensa local.
Los nadies, que cuestan menos que la bala que los mata.

(Autor: Julio César Rioja, cmf)


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