lunes, 20 de marzo de 2017

Pascua de F. Palau. Sus últimas palabras fueron "¡Dios mío!. ¡Me has cambiado la suerte! "

            APASIONADO POR LA IGLESIA (Esther Díaz S., Carmelita Misionera)

Hijo de Aitona, nació el 29 de diciembre de 1811, en el seno de una numerosa familia. Fue bautizado el mismo día. Vive convencido de que Dios ha escrito con su propio dedo, en las tablas de su corazón, el mandamiento del amor. Estudió en el seminario de Lleida durante los cursos 1828 a 1832. Luego, se adhiere al Carmelo de Teresa. Pocos años permanece en él porque la situación socio-política se lo impide. Los que permanece están llenos de iniciativas, de fraternidad compartida… Después, se encuentra despojado de todo lo que más quiere. El claustro ensanchó mi corazón y encendió la llama de mi amor -nos confía-. Pero Palau no encuentra el centro de su vida.

En lugar de permanecer hundido por la dificultad reemprende el camino de la historia con el corazón abierto para servir, amar y esperar. En Barbastro recibió el presbiterado. Ayuda a las tareas parroquiales de su pueblo y se retira a la llamada Cueva del P. Palau en Aitona. Forma parte del grupo de misioneros que en aquella época -en Cataluña- tratan de reafirmar la fe de creyentes. Como la situación social es insostenible marcha hacia el exilio francés. Tiene 29 años. En Francia permanece once -los más importantes de su vida-. Allí vive en profunda comunión con la Iglesia de su tiempo. Dedica considerables espacios a la contemplación, mientras orienta y acoge a todo tipo de personas que, atraídos por su firme y coherente personalidad, quieren vivir el evangelio a su estilo.
Escribe en relación a esta etapa: Perdida la esperanza de morir en la lucha de mi pueblo, muy joven aún, al no poder soportar la llama del amor que me quemaba, decidí vivir solitario. Te llamé y no me
respondiste, te busqué en el seno de las montañas, en medio de los bosques, sobre las cimas de las peñas solitarias ... y no te hallé. En las bellas mañanas de primavera, en las tardes quietas de verano, en las noches frías y heladas del invierno, dentro de las cuevas, sobre las cimas de las montañas, te busqué y no te encontré. ¿Dónde estabas?
Dejó Francia y se incardinó en el obispado de Barcelona, donde se dedicó a atender espiritualmente a los seminaristas de la diócesis, a formar en la fe a personas adultas comprometidas en el mundo laboral –entonces, al inicio de la industrialización-. Acompañó también los recién llegados de los barrios marginales. Mientras tanto, unos grupos de mujeres vivían el evangelio -en la diócesis de Lleida-orientadas por él.
La formación de adultos -llamada Escuela de la Virtud- se convierte en modelo de enseñanza catequética en la Iglesia de Barcelona. En poco tiempo, la escuela crece, se diversifica. Se convierte en cátedra de enseñanza superior. El impacto de la escuela se hizo sentir muy pronto en los medios culturales, cristianos, políticos y sociales. El P. Palau movilizó, en torno a esta obra, las fuerzas eclesiales de la ciudad, incluso la prensa. Tanto en Barcelona como en Madrid sabían, con antelación, el tema que se trataría y el trabajo que se realizaría en la Escuela. El éxito hace que su director piense en extender este tipo de catequesis a otras ciudades del Estado.
Los sectores anticlericales y revolucionarios de Barcelona se dan cuenta de que el P. Palau les está ganando terreno entre la clase proletaria. Movilizan la prensa sectaria y multiplican sátiras y calumnias contra la Escuela. La culpan de las huelgas laborales. Por fin, la autoridad militar la clausura y destierra a Palau. Es el año 1854. La misma suerte que él corre el obispo de la diócesis. Por otro lado, los grupos femeninos de Lleida quedan suprimidos: Tú me salvaste la vida porque me tenías preparado otro martirio, mil veces más cruel - afirma el P. Palau al dirigirse a la Iglesia -.
Llega a Ibiza, prisión del Estado, calumniado, perseguido y vigilado. Afronta la difícil situación, calla, ora y deja que pase el tiempo. Rehace su estilo vocacional: de la soledad al servicio apostólico y de éste al silencio contemplativo. Son coordenadas vocacionales. Los seis años de destierro, poco a poco, se convierten en un regalo de Dios. El P. Palau erige el santuario mariano de la isla, preside misiones que mejoran las costumbres de la población, lleva una vida sobria, de oración y de fraternidad y desde estos presupuestos acompaña a la gente sencilla que solicita su ayuda para el camino de la existencia. Hombre honesto y valiente, pide su libertad porque no hay motivos para vivir como un malhechor. Incluso escribe a la reina con este objetivo.
Más tarde, descubre el misterio de la Iglesia y se entrega totalmente a su servicio. Y como consecuencia de este descubrimiento da vida a su familia religiosa: hijas e hijos. Ellas / ellos llevarán su antorcha vocacional a través del tiempo y de las culturas. Ahora, son las carmelitas misioneras y las carmelitas misioneras teresianas. La Iglesia centrará su amor, sostendrá y armonizará su vida entera y será punto de convergencia que dará unidad a su itinerario espiritual y su actividad apostólica.
¡Amada Iglesia -anota Fco. Palau- estabas tan cerca de mí y yo no lo sabía! Estabas dentro de mí mismo y yo te buscaba tan lejos. ¿Por qué no te hiciste visible? Pasados cuarenta años en busca tuya, te encontré. Te encontré porque tú me saliste al encuentro, te encontré porque tú te diste a conocer.
 "llevarán su antorcha vocacional a través del tiempo y de las culturas"

Es un buen predicador y un valorado confesor. Recorre numerosas ciudades: Palma de Mallorca, Madrid, Barcelona, Ciudadela, el Alto Aragón. Hasta desde la corte piden su presencia. Preside novenas, misiones, predicaciones cuaresmales y otras jornadas de reflexión y oración.
La última etapa de su existencia la dedica a atender a los marginados. En Barcelona, acoge, en su domicilio, personas enfermas en el cuerpo y en el espíritu. Son trabajadores de la industria textil que no pueden soportar el exceso de trabajo ni la escasez de alimentación, higiene y afecto. Fco. Palau los acoge, los escucha y ora por ellos. Con sus colaboradores y con los enfermos da con sus huesos en la cárcel y allí permanece días que se le hacen años. Así demuestra su profundo amor a la Iglesia: Y ahora que te he encontrado, te amo -añade-. Tú lo sabes. Mi vida es lo menos que puedo ofrecerte en correspondencia a tu amor. La pasión del amor que me devora, encontrará en ti su pábilo porque eres tan bella como Dios ... Mi corazón ha sido creado para amarte. Aquí lo tienes. Es tuyo. Ya no es cosa mía sino propiedad tuya. Porque te amo, dispón de mi vida ... y de todo lo que soy y tengo.             
Es el fundador de los hermanos de la Enseñanza y de las hermanas terciarias de la Virgen del Carmen. Hoy son dos congregaciones: Carmelitas Misioneras y Carmelitas Misioneras Teresianas.
El último servicio de Palau es la atención a los apestados de Calasanz. Los cuidan sus hijas. Por ello él se hace presente para confortarlas.
Muere en Tarragona el 20 de marzo de 1872. Sus restos se encuentran en la capilla de la casa madre de las Carmelitas Misioneras Teresianas. Sus últimas palabras son una queja: ¡Dios mío!. ¡Me has cambiado la suerte! Había anhelado vivamente el martirio y muere rodeado de quienes le aman. Es ahora, con este paso, que ha vivido la realidad, tantas veces presentida: ¡Qué delicioso es el reposo en los brazos de una madre virgen tan transparente como es la Iglesia triunfante!.

El Papa, Juan Pablo II, lo declaró beato el 23 de abril de 1988. El día de su fiesta litúrgica es el día 7 de noviembre.

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