viernes, 17 de noviembre de 2017

Comentario a las lecturas del XXXIII Domingo del Tiempo Ordinario (Ciclo A -2017)


DIOS CONFIA EN NOSOTROS

Por José María Martín OSA

1.- Las virtudes de la mujer. El autor del Libro de los Proverbios concluye su libro con un canto a la mujer completa o perfecta casada. Dado el cúmulo de virtudes que debe reunir la mujer ideal, se comprende que sea muy difícil encontrarla; de ahí la pregunta retórica del comienzo: "Una mujer hacendosa, ¿quién la hallará?". Cada época y cada cultura tiene su mujer ideal. Evidentemente aquí se propone el ideal femenino que corresponde a una cultura patriarcal. Con todo, se señalan valores permanentes que siguen teniendo importancia para la mujer del mundo actual. La mujer, de espíritu fuerte, y laboriosa, que sabe ganarse la vida con su trabajo, representa un ideal válido para nuestra época. Cuando corremos el riesgo de convertir a la mujer en una señal de prestigio del varón y en un objeto
de placer, vale la pena subrayar con energía que lo más hermoso de la mujer son las virtudes que tiene y que no siempre son reconocidas por nuestra querida Iglesia.

2.- El salmo 127 es un canto a la fraternidad. Es una gracia de Dios comer juntos, sentarse a la mesa en compañía de hermanos, tomar en unidad el fruto común de nuestro trabajo, sentirse en familia y charlar y comentar y comer y beber todos juntos en la alegre intimidad del grupo unido. Comer juntos es bendición de Dios. El comedor común nos une quizá tanto como la capilla. Somos cuerpo y alma, y si aprendemos a rezar juntos y a comer juntos, tendremos ya medio camino andado hacia el necesario arte de vivir juntos. La buena comida es bendición bíblica a la mesa del justo. ¿No han comparado el cielo a un banquete personas que sabían lo que decían? Si el cielo es un banquete, cada comida es un ensayo para el cielo. Que la bendición del salmo descienda sobre todas nuestras comidas en común al rezar y dar gracias:

3.- La vida positiva. Pablo insiste en que la llegada del día del Señor nadie sabe cuándo será. Por ello utiliza imágenes que nos son familiares. Dios se comporta, en sus apariciones al hombre, como un ladrón. Es imprevisible y no se deja controlar por ninguna máquina programadora. La fe en la "parusía" relativiza la actitud del cristiano frente a todas las grandes realizaciones históricas. Por eso, cuando estén diciendo: "paz y seguridad, entonces de improviso les sobrevendrá la ruina". En una palabra, los cristianos, aun alegrándose de las victorias humanas sobre sus múltiples alienaciones, nunca juzgarán definitiva una época histórica, sino que siempre adoptarán frente a ella una actitud crítica y de espera. Hay que vivir la vida de forma positiva, como dice Martin Seligman, valorando el presente, sin añorar demasiado el pasado y con la ilusión de conseguir metas que están a nuestro alcance.

4. ¿Qué hacemos con nuestros talentos? El hombre de la parábola de los talentos representa a Jesús, los siervos son los discípulos y los talentos son el patrimonio que el Señor les confía: su Palabra, la Eucaristía, la fe en el Padre celeste, su perdón… en resumen, sus más preciosos bienes. Mientras en el lenguaje común el término “talento” indica una cualidad individual – por ejemplo en la música, en el deporte, etcétera –, en la parábola los talentos representan los bienes del Señor, que Él nos confía para que los hagamos fructificar. El pozo cavado en el terreno por el “servidor malo y perezoso” indica el temor del riesgo que bloquea la creatividad y la fecundidad del amor. Jesús no nos pide que conservemos su gracia en una caja fuerte, sino que quiere que la usemos para provecho de los demás. Y nosotros ¿qué hemos hecho con ellos? ¿A quién hemos “contagiado” con nuestra fe? ¿A cuántas personas hemos alentado con nuestra esperanza? ¿Cuánto amor hemos compartido con nuestro prójimo? Cualquier ambiente, también el más lejano y árido, puede convertirse en un lugar donde hacer fructificar los talentos. Esta parábola nos empuja a no esconder nuestra fe y nuestra pertenencia a Cristo, a no sepultar la Palabra del Evangelio, sino a hacerla circular en nuestra vida, en las relaciones, en las situaciones concretas, como fuerza que pone en crisis, que purifica, que renueva. El Señor no da a todos las mismas cosas y de la misma manera: nos conoce personalmente y nos confía aquello que es justo para nosotros y que está a nuestro alcance. Todos tenemos algún talento con el cual servir a la comunidad. Dios coloca en todos nosotros la misma inmensa confianza ¡No lo defraudemos! ¡No nos dejemos engañar por el miedo, sino intercambiemos confianza con confianza! Pidámosle ayudarnos a ser “servidores buenos y fieles”, para participar “de la alegría de nuestro Señor”.

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